sábado, 16 de julio de 2011

ANGELES DE HIELO



Hace más frio y mi obsesión por los abrigos crece.

Ya tengo más de uno, eh ignorante gozo de la cálida satisfacción que causa en mí.

Las cosas me van bien y me permito satisfacer todos mis caprichos, un gran proyecto puede salir, hacemos la promesa que de hacerse realidad ayudaremos a alguien. Pero, ¿a quién podemos ayudar?

Caemos en el clima cada vez mas gélido, sube al carro una señora, ella lleva a un bebe en la espalda, un bebe con los pies morados, sin zapatitos ni medias. Mi mente me lleva a mi último viaje (Huancayo), ahí algunos niños no mayores de 8 años, pedían limosna en la plaza, descalzos y bajo la lluvia. Y yo envuelta en telas que me hacen sentir mejor. Es cuando nada tiene sentido.

Ayudar

Se siente tan bien comprar ropa (linda-cara-exclusiva-no Saga- no Ripley-EXCLUSIVA) de las que salen sólo una vez. Telas suaves, pomposas y si sabor tuviera, deliciosas. Pura vanidad.

El proyecto no salió, pero me consuela mi nueva adquisición. El clima es cómodo con lo que llevo encima.

Ya está muy oscuro, la neblina se apoderó de la ciudad. Doblando la esquina, difuso en la niebla logré ver con esfuerzo a un niño.

Me acerqué, él estaba encogido sobre una vereda húmeda, llevaba un polo, un pantalón que le dejo de quedar hace mucho y zapatos rotos. De pronto se detuvo el tiempo, Su rostro es un llamado de atención, una riña, un sermón. Aún así su mirada es un no te odio, es un perdón.

No llevaba efectivo, no llevaba comida, lo que sí tenía era un lindo abrigo.

Me lo saqué y lo rodeé con el. Nunca me sentí mejor.

Dicen que cuando estas en apuros y de pronto recibes ayuda de quien menos esperabas, es un ángel quien se acercó. Talvez ese niño no esperaba ayuda y aparecí yo, aunque a mi parecer el ángel era él.

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